13.11.07

Det sjunde inseglet. ( El séptimo sello ). 1957


Ingmar Bergman



Difícil resulta si quiera imaginar la dramática situación vivida por la Europa del siglo XIV. La pandemia de la peste, “muerte negra” o peste bubónica, cundió por todo el continente y azotó a países enteros. En unos cuantos años fulminó a grandes grupos poblacionales (entre la cuarta y la mitad de los europeos, sugieren los estudiosos).

A veces uno ve a la muerte como algo muy lejano y es hasta la aparición de ciertos sucesos trágicos cuando reflexionamos a fondo sobre este tipo de cosas. Súbitamente la población del viejo continente vivió atormentada y sufrió el Infierno en lo terrenal y en carne propia. Revolución total en el arte, en la forma de vida y en la economía fueron las secuelas de la defunción masiva. Estos apocalípticos incidentes generaron fascinación por lo macabro y un notable incremento en la espiritualidad. La religiosidad fue masoquista: los flagelados deambularon por las callejuelas golpeándose y marcándose las espaldas vehementemente; la sociedad argüía que sólo un castigo celestial podía infringirles tales estragos.

Es este precisamente el marco histórico del citado filme de Bergman. Significó el pretexto ideal para exponer sus obsesiones y, desde luego, las de toda la humanidad en su conjunto: ¿Qué es realmente Dios?

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La Muerte ha caminado junto al caballero cruzado Antonious Block por mucho tiempo. Su cuerpo está listo para partir pero él en sí mismo no; mientras no pierda una fantástica partida de ajedrez la Parca no se lo llevará porque su alma es precisamente lo que disputa. ¿Qué es Bergman sino una fotografía esplendorosa, profundos diálogos existenciales, dinámica teatral y grandes y espectaculares espacios abiertos?

El caballero es un personaje aislado, reticente hacia la gente por menosprecio y por ello se siente vacío. No quiere morir porque aún no alberga suficiente conocimiento: “Es tan inconcebible comprender a Dios con los sentidos”. En el fondo la película tiene un carácter ateo pero no por el dudoso comportamiento de la clase clerical, a la cual exhibe, sino por una duda más bien de tipo filosófico que a varios de nosotros nos ha puesto a reflexionar en algún momento.

“Debemos hacer un ídolo de nuestro miedo y llamarlo Dios” afirma tajantemente Antonious. Y ese enunciado hace temblar los cimientos de la religiosidad, al menos de la mayormente practicada. La gran parte de los creyentes lo son por miedo a lo que les pueda pasar si no siguen un culto; son pocas las personas que se cuestionan a fondo por qué creer en Dios. Se amparan hacia un deseo irracional con tal de no sentirse solos y sí protegidos. Bergman plasma esta divergencia en los diálogos del caballero y son sus propios demonios internos los que lo dotan de lenguaje, por ello exclama “¿Qué pasará con los que quieren creer pero no pueden?”La meta que lo guía, al interactuar tan cercanamente con la muerte, es saber qué o quién es Dios; sabe que es lo más cercano y está dispuesto a pagar un precio alto, su propia vida.

Bergman utiliza un artilugio ya usado por Edgar Allan Poe en “La máscara de la muerte roja” para dar mayor suspenso y fortalecer el desenlace. Al final, el caballero retorna a su castillo, alejado y agreste, al lado de su mujer para leer, en compañía de algunos invitados, pasajes del Apocalipsis de San Juan.

Por último, es preciso notar la tendencia de la humanidad a temer los tiempos venideros. Creo que somos fatalistas por naturaleza y en cada época y lugar del mundo está latente la visión catastrófica y apocalíptica. Lo más curioso es que creemos que debe haber alguna manera de expiar nuestros pecados y que eso puede detener la calamidad.

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