16.4.09

Dancer in the Dark. 2000. (Bailando en la obscuridad)

Lars Von Trier

A pesar de la enorme variedad en cuanto a nacionalidades, temáticas o procesos, el cine musical representa una época llena de atavismos, donde sólo se exhiben los aspectos positivos y las aspiraciones de la mayor parte de las personas. Finales felices y desarrollos empalagosos han sido la constante desde su inicio en los treintas hasta los más recientes intentos. No es casual que tantas personan lo aborrezcan.

Uno puede ver una película musical y parece que ha visto todas. Sin embargo, en el año 2000, apareció “Dancer in the dark” (o “Bailando en la obscuridad”) y rompió con cualquier esquema preconcebido del género. Se trata de una visión increíblemente deprimente, dramática y desgarrada que contrasta con el optimismo mostrado en los setenta años previos.

La cinta posee algunas características que chocan inmediatamente con los principios del director, cuyos dogmas han exigido eliminar las acciones secundarias, entre ellas, paradójicamente, la música. Pero en esta ocasión, la convierte en el recurso idóneo para encumbrar el absurdo y separar infinitamente los polos que son la esperanza y la realidad de todo los días. Vistos superficialmente, las coreografías, canciones, representaciones y anhelos utilizados son ridículos pero, a mayor profundidad, son poesía en movimiento, poesía maldita tal vez. Se trata, en suma, de un relato crudo que utiliza los intermedios y la parafernalia musical para disfrazar puerilmente la barbarie que impregna cualquier resquicio.

El director es parco en la utilización de recursos (tenía que ser escandinavo). La fotografía es rústica y borrosa, los trabajos de montaje o postproducción son escasos. Pero este minimalismo, falta de profesionalidad dirán los atrevidos, sólo tiene la finalidad de saturar la atmósfera de un realismo descarado, realismo que permite observar las acciones con una intimidad pasmosa, como si los histriones estuvieran justo enfrente de nosotros.

Algunos podrán decir que Lars Von Trier exagera en la bondad del personaje femenino, interpretado por la diva de la música alternativa Björk, que no es más que una versión caucásica de “Nosotros los pobres”, donde el destino se ensaña desorbitadamente contra los más desposeídos, o que trata de chantajear al espectador con recursos sobrados de cursilería y probablemente todo eso y más sea cierto. El argumento no sería diferente a muchos fiascos televisivos o cinematográficos, pero la prodigiosa ejecución de los actores hace que los aspectos fácilmente criticables pasen a segundo plano, a un lugar inadvertido, y uno simplemente contemple absorto el desconsuelo alabando al director por haber realizado el largometraje de esa manera.

En el fondo, toda la cinta es una ironía. Hemos hablado de realismo cuando Selma, la protagonista, tiene profundas alucinaciones mientras canta y baila en un mundo paralelo o que la trama es un poco inconsistente, pero se hace sólida por la magistral dirección. Pero más allá de estos detalles, “Bailando en la obscuridad” es una parodia del género, representa una sublimación de algo que hasta ese momento no era más que un producto mediocre y cuya calidad artística estaba más que cuestionada. Lars Von Trier reconstruyó el cine musical proyectándolo a lugares donde ignorábamos que podía estar.

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